Una decisión puede no resultar buena pero si se tienen los indicadores oportunos y las antenas alerta, se podrá detectar oportunamente que las cosas no están en el carril que se quiere.
Se paralizan las cosas. La duda se transmite hasta el último rincón operativo. Las ganas de los patrocinadores de las ideas se evaporan. Así algunos de los efectos no financieros de la indecisión en una organización.
Sí. Es una contradicción al fin último de una empresa que es resolver cosas para personas. Y resolver, en su esencia, es decidir cómo hacer ‘n’ cosas para que ocurran en un tiempo y en cierta forma a partir de la intervención organizada de muchos elementos de la corporación. Pero increíblemente, para algunos, la indecisión es el sello de la casa.
En su definición más simple, la indecisión es la ausencia de resolución. Pero en su expresión más negativa es la sobreposición del titubeo, la evasión o el miedo a una decisión que debe tomarse con los efectos propios de su desenlace.
¿Qué decir a aquellos que se caracterizan por ser omisos o lentos en sus decisiones? Aquí tres reflexiones para la conversación:
1) La digestión intelectual lenta es prima hermana de la indecisión: La digestión lenta, cuando además no va acompañada de una enunciación explícita y un plazo razonable para concluirla, suele parecerse mucho a la pasividad destructiva en una organización.
Si el protagonista de una decisión relevante necesita tiempo para meditarla, para ponderar sus efectos o para construir un cierto nivel mínimo de confort para anunciarla, debe decirlo de forma explícita y asegurarse que su método no destruye valor al objetivo.
2) El exceso intencionado de opciones crea distrofia empresarial: Las empresas lentas y de bajos reflejos comerciales sienten la necesidad imperiosa de agotar todas las opciones posibles antes de tomar una decisión. Puede sonar bien en la teoría, pero en la práctica no siempre las opciones enunciadas son oportunas.
La batalla perpetua es evitar el empantanamiento decisorio por comparaciones prolongadas y ultra detalladas con beneficios marginales teóricos.
Decídase oportunamente con las opciones en la mesa sobre la premisa de que ‘lo perfecto es enemigo de lo bueno’ y ordénese una secuencia de posibles decisiones nuevas si se presentan hechos supervinientes relevantes. Pero ¡de-ci-da!
3) El riesgo de una mala decisión es preferible al terror de la indecisión: La frase, que tiene miles de años, se le atribuye a Moisés Ben Maimón, mejor conocido como Maimónides. Y conviene enmarcarla en la memoria.
Una decisión puede no resultar buena pero –si se tienen los indicadores oportunos y las antenas alerta– se podrá detectar oportunamente que las cosas no están en el carril que quiere. Ello implicará otras decisiones rápidas hasta que se encuentre el cauce que se busca.
La indecisión es el mayor de los obstáculos del avance y el progreso de proyectos en muchas compañías. Mata oportunidades y lentifica las actividades saludables de una empresa. En contraposición, las decisiones continuas son el oxígeno de un negocio. Cada una manda señales de vida sana a cada componente del cuerpo operativo.
La amenaza más temeraria a la dinámica proactiva y rentable de un negocio en marcha no es la competencia, ni el entorno con sus siempre inciertas externalidades. Es cuando sus líderes se caracterizan por no decidir o por evitar hacerlo hasta que los problemas crecen a un punto en el que dolor se vuelve insalvable o insoportable.
Y es que, así como en el mundo del béisbol hay gente que ni picha, ni cacha, ni deja batear, en el mundo de la empresarialidad no es inusual encontrar directivos que ni deciden, ni dejan decidir, ni apoyan ninguna decisión.